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Paisaje Histórico #1 (Mérida, México. 1993)

Un sonido grave como de trueno prolongado retumbaba redoblante bajo nuestros pies. Frente a nuestras caras, el sol sofocante de las tres cuarenta de la tarde nos animaba a unirnos al coro de borrachos que desafinados imploraban un gol. “Goooooool”- gritaban en una nota larga y arrastrada mientras percutían con sus chanclas el asfalto del estadio Carlos Iturralde Rivero, casa del equipo de mis amores: ¡Los Venados de Yucatán!

En la cancha se cobraba un tiro de esquina a favor del equipo local, cuando un tijeretazo sorpresivo del brasileño Valtencir Gómez da Silva ponía en movimiento las redes, al mismo tiempo que quebraba el “unísono” de los aficionados en jubilosos gritos de gol y risotadas variopintas. De inmediato una lluvia de papelitos verdiblancos y restos de cerveza volaron por los aires, refrescando la piel y la vista de los alegres miembros de la porra Ultrasol. Mas no faltaba la ocasión, o al menos ese era el mito urbano, en que la agüita caída de los cielos estaba caliente, indicando así su origen escatológico en el riñón de algún travieso que no quiso o no pudo bajar a los sanitarios.

Enseguida la gente abría un hueco en el medio entre empujones, pues un tipo con la playera como paliacate prendía fuego a una retahíla de petardos grandotes que rezumbaron hondo en el tímpano de quienes no se taparon los oídos. La fosa bajo las gradas y la gradería de enfrente añadieron reverberación y eco a esas explosiones dignas de cualquier bombardeo imperialista. En la Ultra los festejos de la anotación continuaron con “la cascada”: una vez formado el espacio, las personas que se replegaron en la parte de arriba bajaban saltando atropelladamente por cada fila, uno tras otro, como si fueran gotas de una cascada.

El árbitro silbó el final del primer tiempo, y mientras los futbolistas descansaban, los aficionados se quitaba las camisas para refrescarse con la brisa vespertina. La venta de cervezas se incrementaba con los minutos, animando la fiesta en la porra formada en su mayoría por hombres jóvenes y adultos. La pequeña banda de música comenzó a tocar la popular cumbia El Cable, y unos cuantos la cantaban: “Me lleva la puta madre, la puta madre me está llevando…”. Entre aplausos en el tiempo fuerte, como si fuera el cencerro, un obstinato surgió de entre los alegres de la Ultrasol: “Que baile Topogigio , que baile Topogigio”. Entonces un señor regordete, orejón y bigotudo se quitó la camisa cual teibolera, y comenzó a menear su panza para diversión de todos. Topogigio, de quien se dice era maestro de secundaria, El Monje, El Caballo eran algunos de los animadores principales de este perpetuo desmadre.

El partido continuó pero se tornó aburrido, mas la gente tenía la diversión asegurada con el show continuo de la porra. La idea principal era buscar a quien chingar. Si se asomaba una mujer coreaban “culo, culo”, si se asomaba un huerito fresa del CUM o la Modelo gritaban “puto, puto”, y si pasaba el kibero a ofrecer sus manjares decían “kibero, kibero”, al mismo tiempo que le rozaban el trasero inclementemente. Si le gustaba o solamente se dejaba para poder vender más, eso sólo él lo sabría. De cuando en cuando le mandaban saludos a los aficionados de enfrente, principalmente familias que se resguardaban del sol y de sus inmoralidades: “En el agua clara que brota en la fuente, chinguen a su madre todos los de enfrente” . Recuerdo que alguna vez me tocó escuchar que los de sombra, hartos quizás de que en cada encuentro les recuerden a su progenitora, contestaran con la misma melodía: “En el agua clara brota un caracol, chinguen a su madre todos los de sol”. Cuando se ofertaron las graderías detrás de las porterías a precios más económicos, los de sol también les mandaban un cordial saludo en cada partido: “Aficionados baratos, chinguen a su madre”.

Pero en la Ultrasol no todo eran gritos y mentadas de madre, también había cánticos de hermosos contornos melódicos. Dicen que El Caballo, un alemán radicado en Mérida, era quien los componía. De ser así, una de sus canciones más bellas que recuerdo suena así:

"Yo soy de la Ultrasol, un porro de corazón
pongo el alma al cantar, y los huevos al gritar
con el grito quienes somos, la canción del Iturralde
yo he venido esta tarde, a apoyar a los Venados"

El grito “quienes somos” hace referencia a otra popular porra antifonal que se acompañaba con los acentos del bombo: “¿Quiénes somos?”- gritaba alguien a todo pulmón. “Los Venados”- contestaba la borregada, o mas bien la venadada. “¿A qué venimos?” “A ganar” “¿Y cómo les vamos a dar?” “Duro, duro, duro por el culo”.

El encuentro finalizó con una victoria de los astados, y la porra se quedó a esperar a que los jugadores se acercaran a recibir sus aplausos: “Equipo, equipo”- coreaban para festejar el triunfo. Mis tíos, primos, hermanos y yo nos regresamos a casa contentos; escuchando los comentarios de la radio que se entremezclaban con las trompetas de plástico, los claxonazos rítmicos y el sonido de las banderas ondeando al viento en las ventanas de los autos y camiones públicos. Con el paso del tiempo los dueños, los colores, los cantos, e incluso el nombre del equipo ha cambiado en diversas ocasiones; pero en mi recuerdo de adolescente quedarán grabados esos sonidos, esos olores y esos colores de la memorable porra, que incluso cuando los partidos se cambiaron a la noche siguió llamándose así: Ultrasol.

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don hueleflores Mérida, Mexico

Don Hueleflores (Daniel Milán Cabrera) is an artist who likes to wander between the limits. He is a performer, composer, producer, improviser, researcher, educator and musical promotor. His work is focused on trova yucateca, mexican, latinamerican and indonesian traditional music; as well as free improvisation and soundscapes. His compositions vary from academic music to his own songs. ... more

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